jueves, 23 de octubre de 2008

de lunes a viernes

Dos bocinazos, ese era el aviso. Casi sin terminar la chocolatada salía corriendo mientras se prendía los botones de arriba del guardapolvo. Su papá pasaba a buscarlo en un auto blanco, con caja automática.

- A mi me está cansando esto. No puede ser que no hables conmigo. Yo me acuesto tarde y me levanto especialmente para traerte a la escuela y ni hola me decis. ¿Vos te viste la cara que tenés?
- Bueno…
- ¿Sabés qué pasa? Me siento un remisero. Eso voy a hacer. Voy a contratar un remisero y a la mierda. Que te venga a buscar y te lleve, y yo le pago a fin de mes. Porque para venir con un mudo todas las mañanas…me quedo durmiendo un rato más, o me voy directo al trabajo. A la mierda.

Sonaba la 93.7 y la misma publicidad acompañaba el diálogo reproche. Era un jingle, una de esas publicidades que se usaban antes con música y letra pensada especialmente para el aviso.

Mi changuito está contento y bien cargado,
porque viene del mejor supermercado.
Supermercado Mi Changuito,
todo lo que busque seguro encontrará.
Ta, ta tá.


El chico la seguía con la mente, con muchas ganas de cantarla en voz alta.

- Dejame en esta esquina.
- Pero si falta una cuadra.
- Ya se pero no me gusta llegar a la escuela en este auto.
- ¿Pero qué tiene este auto?
- ...
- Desde mañana un remisero. Un remisero voy a contratar.

lunes, 20 de octubre de 2008

m.

m se despertó a las 3 de la mañana con la sensación de haber dormido diez horas. No miró el reloj, encendió el velador y fue corriendo al baño. Sin pensarlo se lavó los dientes, el ruidito del agua le hizo pensar que quería hacer pis. Pensó en la palabra pichí y luego recordó la palabra orina y se le vino a la mente también la palabra análisis. Se sentó al inodoro. Le dio un poco de frío. Se levantó, no tiró la cadena, se miró al espejo y se dijo quisquillosa. Salió del baño, se arrodilló al lado de la mesa de luz. Abrió el cajón. Revolvió y urgueteó. Tiró al piso unos blister de migral y también el alicate. Encontró lo que buscaba. Un folio con cartas. Todas viejas. Las leyó una por una. Se rió más de lo que lloró. Había una de un chico que nunca conoció. Y que se hacía el poeta. Fue la única carta que guardó. Las otras las tiró a la basura junto con un pote de serenito que se había comido antes de dormir. La carta estaba escrita a mano y tenía una calcomanía oriental en el margen. Decía así:

hoy leí mucho. creo que estoy leyendo para olvidarte. creo que te estoy mintiendo. porque antes dije creo y estoy seguro que leo para olvidarte. leer, leer, leer. quererte y olvdarte. no voy a parar. no, no, no. al menos que me digas que pare de leer. o que me querés. aunque sea un poquito.


La leyó dos veces más y se acostó. Pensó que era una carta para escribir un cuento. Dio unas vueltas en la cama. Sentía que le quedaba algo por hacer. Era la cadena que quedó sin tirar. Pero se dio cuenta al otro día. Cuando se despertó vio la carta y cambió de idea con eso del cuento. La tiró junto con las otras y ya que estaba sacó la basura a la calle. Bien hecho. Cuando se encontró con el portero lo saludó con un beso.