cuando me divertía cortando papas y haciendo sellos para después estamparlos con seis o siete colores distintos sobre pedazos de telas blancas. estaba convencido que eran los mejores repasadores del mundo. exclusivísimos. se los regalaba a mi mamá con una sonrisa enorme. pero no me gustaba que los use. sólamente los quería ver colgado en la manija del horno.
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