jueves, 6 de marzo de 2008

ella es Delia, la mamá de Ceci.

- ¿Por qué carajo dejan la llave puesta?

Son escasas las veces en que Delia es suave. De lunes a viernes grita y cuando está del otro lado de la puerta, lo hace con más intensidad, con más volumen, con más energía. Sabe disfrutar muy bien los monólogos de insultos. Y es consciente de ello.

-¿Puede ser que siempre lo mismo en esta casa de mierda? ¡Me cago en la concha de la difunta lora! ¡Abrime la puta puerta Graciela!

Graciela es muy tranquila, a veces más de la cuenta, pero bastante hace, pobre. Camina muy despacio hacia la puerta, saca la llave, cuelga la llave, abre la puerta y saluda a Delia. Todo con delicadeza y sutileza.

- Buenas tardes señora. Disculpe por la llave. No me di cuenta. (Así habla ella, con muchos puntos, es casi telegráfica.)

Cecilia está sentada en la mesada, llorando, mezclando el sonido de sus lágrimas con los que produce su nariz evitando que escape alguna mucosa y con el de su boca que intenta tomar más mate. Cecilia escucha. Delia, no la ve, ni la escucha. Delia, como todos los días de semana llega a su casa como si su jornada se hubiera tratado de cumplir con diecinueve postas y ésta era la última. Está harta de la vida que ella eligió vivir y siempre tiene algo que decir. El día anterior llegó enfurecida con las mascotas felinas de la vecina que dejan un olor a meada insoportable en el pasillo. Hoy presentamos, la llave:

- Nos van a desmantelar. Nos van a desmantelar Graciela. ¿Vos sabías Graciela que es muy fácil abrir la puerta del otro lado si vos amablemente le dejás la llave puesta del lado de adentro? Contestame Graciela, no te quedes con esa cara de línea.

Graciela en lo único que piensa es en cuándo va a dejar de decir Graciela. Le impresiona eso, esa necesidad de Delia de repetir su nombre. Vuelve a la realidad y contesta.

- No Señora.
- Decime Delia, no puede ser que cada vez que te explico algo se te da por largar el “señora”. Y escuchame bien. Escuchame bien, Graciela. Te lo voy a explicar.
- Si Delia.
- Si yo voy a la ferretería de acá a la vuelta, compro un fierrito o un clavo de esos grandes y además compro “La Gotita”, vengo al edificio, subo porque el portero no sé qué puta hace todo el día que nunca está y además tiene la estúpida costumbre de dejar abierto, subo acá, sin que nadie me escuche, meto el fierrito, o el clavito con un poco de pegamento y lo mantengo presionado a la llave durante diez, máximo quince segundos.
(Pausa) Con eso alcanza. Ahí giro y listo.

- Fui yo- Salta Cecilia- Fui yo mamá, dejé la puerta con la llave puesta intencionalmente. Quería hablar tranquila con Grace.
- ¿Hija vos estás bien?

En ese instante, si Cecilia tuviera a su alcance un revólver, le dispararía. Mataría a su madre. Por más fuerte que suene. O le inyectaría una dosis de calmantes súper efectivos, para dormirla por varios días. O en todo caso, la bañaría en insutlos, muchos más originales, con estilo. Que cierre esa boca, que no grite. Pero se detiene un segundo y reflexiona. Delia trabaja, Delia mantiene la casa, Delia le paga a Graciela. No, no, no conviene Ceci, no conviene. Así que mejor cambiá esa cara y contestale a tu madre:

- Mejor que nunca mamá, mejor que nunca.

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